jueves, 20 de agosto de 2009

20 A - UN AÑO DESPUÉS

Hoy, 20 de agosto de dos mil nueve, se cumple un año del accidente de Spanair en el aeropuerto de Madrid – Barajas. Recuerdo perfectamente el momento, estaba sentado en la misma silla en la que esta mañana reflexioné para escribir estas líneas y pensé abrir el comentario habitual con este suceso.

Me encontraba terminando mi jornada laboral cuando me disponía a abrir los periódicos digitales El País y El Mundo para ver si habían actualizado sus cabeceras con alguna noticia nueva. La impresión me dejó sin palabras, más aún, cuando el titular de uno de los dos diarios digitales hablaba del accidente de un avión que despegaba rumbo a Canarias. Soy canario, exactamente de Tenerife, aunque mi familia por parte de abuela es de Gran Canaria.

Una sensación muy extraña paseaba por mi estómago sin tener en cuenta que me estaba poniendo nervioso. Ningún amigo o familiar me había comunicado que iba a estar por Madrid, pero ya se sabe que en Agosto, pleno mes de vacaciones, cualquiera que salga de las islas tiene que pasar por la capital de España para hacer trasbordo, cualquiera que sea su destino. Pensé que al conocer que el avión era el que realizaba la ruta Madrid – Gando, iba a estar menos nervioso porque muchas veces somos egoístas sin quererlo. No fue así, los nervios fueron a más y no dejaron de fraguar hasta que empecé a hablar del tema con compañeros de trabajo. Cada vez que actualizaba la página, cambiaba el número de posibles personas fallecidas. Ese dato me iba estremeciendo, llamé a mis compañeros de Radio El Día – Punto Radio Tenerife y les pregunté por la situación, si sabían algo más. Puse dicha emisora y estaba, de casualidad, el hermano del subdirector de la radio relatando lo ocurrido, puesto que, se disponía a coger un avión rumbo al archipiélago canario.

Horas más tarde, cuando ya habían pasado varias horas del cierre de mi jornada laboral, sentí un ruido, fiel al reloj biológico, que me recordaba que no había almorzado. Me encontraba en mi mesa y no quedaba más que el vigilante en la empresa pero no me podía marchar. En ese momento no tenía internet en casa y, aunque las televisiones estaban emitiendo en directo el suceso con unidades móviles cerca del lugar de los hechos, encontraba en internet una fuente inigualable de posibilidades para ver desde diferentes perspectivas el accidente. Me parecía imposible que un aparato tan grande, que impone por su presencia y su fuerza, que levanta el vuelo con un solo soplido sin temor de subir hasta ocho mil metros de altitud, pudiera estar reducido a cenizas en un lugar del perímetro aeroportuario de Madrid. Aunque me encuentro a casi una hora en coche desde mi casa al aeropuerto, sentí en varios momentos coger el coche y trasladarme hasta allí, pero, recordé que ya no trabajaba en la radio donde competía con los compañeros para llegar e informar el primero desde el lugar de los hechos. Aunque, en ese momento, eso era lo de menos.

Todas las televisiones del mundo, radios, prensa online y demás medios que tienen la posibilidad de actualizar la información al instante, no reparaban en trabajo para dejar “impresionada” la última hora. Al final de la noche, al ver el pabellón de IFEMA como se convertía en un hospital de campaña, iba despertando del estado de shock. Un día que parecía bastante tranquilo se convirtió en un infierno. En ese momento perdí las ganas de volar, de volver a Tenerife para visitar a mi familia. De no permitir que mi novia, subiera a un avión para venir a verme.

Es difícil, los canarios tenemos que coger un avión para todo y, evidentemente, la estadística dice que es más probable morir en un accidente de coche que de avión pero, el suceso está ahí. Cada mes viajaba a Tenerife o mi pareja venía a Madrid. El miedo se apoderaba de mí, pero, un canario nunca puede tener miedo a un avión y menos si vive en la península. Unos meses después, sufrí un cuadro de histeria cuando entré en un avión para viajar hacia Madrid. Estuve a punto de salir del avión, poco faltó, pero conseguí relajarme gracias a una azafata que pudo tranquilizarme. No se si fue provocado por ese suceso que apareció en mi mente en forma de amenaza para amedrentarme. Lo cierto es que al final volé y no ha vuelto a ocurrir.

En fin, hoy se cumple un año, doce meses, trescientos sesenta y cinco días después de ese veinte de agosto de dos mil nueve y estamos aquí, recordándolo mientras las investigaciones continúan evidenciando que nadie quiere asumir el “Mea culpa”.
Desde la Organización Impulsora de Discapacitados, queremos dar el mejor de los abrazos y el mayor de los besos a las familias de las personas fallecidas en el accidente. La OID aún permanecerá con las puertas abiertas para aquellas personas que soliciten su ayuda.